EL
MÚSICO Y LA SIRVIENTA.
Artículo
de Amelia Castilla publicado en el suplemento Domingo del diario
"El País" del 21/11/93.
María
Benito Silva cobra desde los años cincuenta los derechos del
himno nacional que le
cedió su 'señorito'.
La
historia de María Benito, una anciana de pelo blanco de 86 años,
es como la de un cuento con final feliz, pero sin perdices.
A los 11 años abandonó la localidad toledana de Vera para irse
a servir a Madrid. En el pueblo, trabajando en el campo, quedaban
sus padres y sus seis hermaños. Al poco de llegar a la capital
entró de interna en casa del compositor Bartolomé Pérez Casas:
"Yo tenía que estar allí como una estatuta, sin decir nada
ni de lo que veía ni de lo que oía. Me querían, pero, claro,
cada uno en su puesto", asegura María al referirse al músico
y a su esposa. Por supuesto, lucía uniforme y cofia. Todavía
hoy, y fallecieron en 1956, se le llenan los ojos de lágrimas
cuando habla del matrimonio. Y como premio a una fidelidad,
cada vez más en desuso, el compositor le dejó en herencia un
50% de los beneficios reportados en concepto de derechos de
autor por la melodía del Himno nacional.
Desde
1956, fecha de la muerte del "señorito", como ella
todavía le llama, cada vez que la composición suena en un acto
oficial, que no se realice dentro de una iglesia o en el interior
de un cuartel, María y el otro heredero José Andrés Gómez, cobran
por derechos de autor como cualquier otro socio de los 40.000
que figuran en la nómina de la Sociedad General de Autores de
España (SGAE). Aunque las cifras varían. Los dueños del Himno
nacional no se aproximan ni de lejos a lo que se embolsan
los dos autores más taquilleros: el maestro Joaquín Rodrigo
y el compositor del grupo Mecano, Jose María Cano.
María
vive desde que falleció el matrimonio con su sobrina, que es
propietaria de un bar en la madrileña calle de Sangenjo. En
la barra del establecimiento se distinguen tapas de morcilla
y pinchos de pepinillos. Colgados de las paredes se ven baldosines
con consignas del estilo de "Esta casa fía dos días a la
semana: ayer y mañana", o "Los enemigos del hombre
son suegra, cuñada y mujer".
El
pasado miércoles, María, con su delantal y sus zapatillas en
chanclas, estaba sentada en un rincón con los brazos cruzados.
Su sobrina, Juana María ejercía como portavoz y traductora:
"¿Los padres del señorito eran de origen humilde? ¿Paraba
mucha gente de derechas por la casa?". María abre unos
ojos enormes y cabecea para corroborar las respuestas. Sus frases
favoritas, en las que resume su filosofía de vida, son: "Gracias
a Dios, tengo salud", o "yo no he tenido más suerte
que para trabajar". Durante cerca de treinta años sólo
libró las tardes de los domingos. Iba de paseo con sus amigas,
"siempre chicas decentes y buenas", puntualiza. Ni
se casó ni tuvo un novio. "Me pretendieron muchos ricos,
pero venían a reírse, ¿sabe?".
Por
los derechos de autor del himno María ha cobrado lo bastante
como para ir tirando, no parece que sea millonaria y su sobrina
Juana dice que no cobra más pensión que "lo del himno".
Los ricos eran ellos, el compositor y su señora.
La
propia María se habría muerto en el anonimato si Miguel Ángel
Aguilar, conductor de un inforrnativo en Tele 5, no hubiera
descubierto que la partitura del Himno nacional era de propiedad
privada. "No se pongan de pie ni adopten la posición de
firmes", anunció el presentador la pasada semana. "Imagínense
que cada vez que suena el Dios salve a la reina o La
marsellesa alguien cobrara derechos de autor".
La
situación, pese a lo sorprendente, no es del todo extraña. "Todos
los himnos tienen un autor y les pertenece a ellos o a sus herederos
hasta 60 años después de su muerte. Transcurrido ese plazo,
la obra pasa a ser de dominio público", argumenta Eduardo
Bautista, vicepresidente de la Sociedad General de Autores de
España. El que fuera cantante de Los Canarios pone como ejemplos
los casos del himno del Atlético de Bilbao, cuyo compositor,
Carmelo Bernaola, le regaló los derechos de autor al club bilbaíno,
y el de la Comunidad de Madrid con música de Pablo Sorozabal
y letra de Agustín García Calvo. Tanto el hijo del maestro Sorozabal
como el profesor de ética tienen registrados sus derechos y
cobran por su utilización comercial.
Casos
más raros se han visto en la SGAE. Uno es el del sacerdote que
pretendió cobrar por los derechos de autor de una de las misas
que se emitían en Televisión Española. "No le pagamos porque
aquí sólo se paga lo que se registra", asegura el vicepresidente
de la SGAE, en cuya sociedad han sido registrados en los últimos
50 años hasta seis millones de títulos entre canciones rock,
baladas, flamenco, jazz, sinfonías, música de cámara, sardanas,
etcétera.
También
los hay mas flagrantes. Un ejemplo es el de la banda a la que
se denominó los tupamaros. Su truco consistía en falsificar
las listas donde se reflejan las canciones que suenan en las
discotecas y que se entregan en la SGAE para que este organismo
facture después a los autores. A finales de los setenta -en
esos años nació en España el mayor circuito de discotecas de
Europa-, los tupamaros tenían hombres capaces de falsificar
listas en todo el país. Mientras media Espana tarareaba Mediterráneo,
el desconocido autor de Cazando lagartos ganaba más por derechos
de autor, que el propio Juan Manuel Serrat. La SGAE recaudó
el pasado año más de 18.000 rnillones de pesetas de derechos
de autor. La organización, que tiene su sede en el palacio madrileño
de Longoria -una joya modernista diseñada por el arquitecto
catalán José Grases Riera- cuenta con 400 empleados, 45 delegaciones,
300 representantes en todo el país y oficinas propias en EE
UU, México y Argentina. La bestia negra de esta sociedad, son
ahora algunas televisiones privadas. Bautista cita en concreto
a Tele 5, "cuyo accionista Silvio Berlusconi paga derechos
de autor en Italia, pero no lo hace en España".
Hasta
el año 2002, los herederos de Bartolomé Pérez Casas percibirán
beneficios por los derechos de creador. Será entonces cuando
el himno de España pase a ser de dominio público. Su origen
se remonta al siglo XVIII. La melodía original no fue, como
se creyó popularmente, un regalo de Federico de Prusia a Carlos
III. La marcha granadera fue compuesta por el músico Manuel
Espinosa de los Monteros (Andújar, 1725-1810).
La
primera referencia escrita que se conoce de los arreglos que
Bartolomé Pérez Casas hizo de La marcha granadera datan
del 27 de agosto de 1909. Fue Alfonso XIII el que le encargó
adaptarla como Marcha real.
Un
Decreto-Ley de Presidencia del Gobierno del 17 de julio de1942
imponía que volviera a sonar como himno nacional el que lo fue
hasta el 14 de abril de 1931. El decreto franquista precisaba
que al paso de la bandera y al entonarse el himno se debía permanecer
en posición de saludo, detallando, incluso, la posición: "Con
el brazo derecho extendido en dirección al frente".
A
partir de ahí se oficializa la utilización de su música. Bartolomé
Pérez Casas fue el primer director de la Orquesta Nacional tras
la guerra civil. El compositor, que no tuvo descendencia, registró
en la SGAE el 7 de octubre de ese mismo año la partitura, que
legó a José Andrés Gómez, su amigo y albacea, y a María Benito.